30 de junio de 2008

Cómo quedar libre del temor

Mujer temerosa

“El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Una receta sencilla basada en un texto bíblico, trajo definitiva liberación.

Dijo un distinguido médico: “La más común y sutil de todas las enfermedades humanas es el temor”. Un reconocido psicólogo declara que el temor es el enemigo que más desintegra la personalidad humana. Obviamente, estos científicos no se refieren al temor normal, sino a uno anormal. El temor normal es a la vez necesario y deseable. Es un mecanismo diseñado para nuestra protección. Sin temor normal una persona no puede tener una personalidad bien organizada. Le faltaría la precaución común y sensible. El temor normal evita que hagamos cosas riesgosas, peligrosas y necias.

Pero la línea de distinción entre el temor normal y el anormal, es muy delgada. Antes de que uno se dé cuenta, puede pasar del temor normal a las oscuras y sombrías regiones del temor anormal. ¡Y qué aterrorizante es el temor anormal! Altera sus días y persigue sus noches. Es el centro y fuente de los complejos. Enreda la mente con obsesiones. Quita energía, destruye la paz interior, bloquea el poder. Reduce la efectividad de una persona y frustra las ambiciones.

El temor anormal es el pozo venenoso del cual se extrae la tristeza que deprime. Transforma la vida literalmente en un infierno. Muchos sufren de esta penosa dolencia. ¡Qué patéticos y dignos de pena son ellos, las infelices víctimas del temor anormal!

Pero usted puede ser libre de ese temor. El temor anormal puede curarse.

Cierto doctor en su infancia desarrolló una psicosis de temor. Esta fue en aumento, hasta que en la época en que entró en la Universidad de medicina, le quitaba tanta energía a su mente, que solamente por medio de esfuerzos hercúleos pudo hacer su trabajo. Le producía un desgaste anormal de energías que lo dejaba débil e inútil.
Con gran esfuerzo de energía nerviosa, finalmente se graduó e inició su trabajo interino, pero aún entonces llevaba la pesada carga del temor.
Finalmente, incapaz de soportar más, consultó con uno de sus maestros de medicina y le dijo:

– Debo quitarme esta terrible carga de temor, o tendré que dejar todo.
El médico, un hombre mayor, sabio y amable, orientó a su joven estudiante a un Sanador que, como dijo sabiamente:
– Tiene su consultorio en el Nuevo Testamento.
– Seguí la sugerencia de mi maestro –declaró–, y aquel médico me dio una medicina que me sanó.
¿Y cuál fue la medicina? No fue un líquido en botella, ni un compuesto en píldoras, sino en forma de palabras. Fue una combinación potente de palabras llamada versículo bíblico: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
– “Tomé” esas palabras –dijo el joven doctor–. Les permití sumergirse profundamente en mi mente. Por un proceso de ósmosis intelectual y espiritual, su potencia sanadora penetró e infiltró mi mente, y a su debido tiempo vino la liberación, seguida de un extraño sentido de paz.

Es notable lo que pueden hacer unas pocas palabras cuando son correctas. El Dr. Edward Trudeua, famoso pionero en el tratamiento de la tuberculosis, quien había sufrido esa enfermedad, consiguió fortaleza repitiendo varias veces al día la palabra “aceptación”. La decía lentamente, permitiendo que su grandioso significado entrara profundamente en su mente. Y el Dr. Paul Dubois, psicoterapeuta suizo que había luchado contra obstáculos, practicaba diciendo la palabra “invulnerabilidad”.

He observado el extraño poder en un uso similar de los versículos bíblicos. La Biblia recomienda esta práctica, porque dice: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho” (Juan 15:7).

Es decir, si una persona permanece –significa una inmersión mental a largo plazo, habitual– en comunión con Cristo, y permite que las palabras de Cristo permanezcan –esto es, se queden como pensamiento permanente en la mente– desarrollará tal potencial de poder que la vida fluirá hacia ella más que alejarse. Será liberada y sus poderes funcionarán con eficiencia. La ley opera a su favor antes que en su contra, porque ahora su patrón de pensamiento ha cambiado, lo ha puesto en armonía con la ley o con la verdad.

Si está alterado por el temor, le sugiero que usted también “tome” estas palabras sanadoras: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de amor y de dominio propio”.

Tomado del libro: Cambie sus pensamientos y cambiará todo de Editorial Peniel