12 de junio de 2007

¿Por qué hay tantos malos entendidos entre las personas?

Evitar los malos entendidos

Ni siquiera me importó que fuera mi turno de lavar la loza. En la cocina había luz y calor. Mientras lavaba, miraba por la ventana la nieve que empezaba a cubrir el patio.

Los primeros días de invierno siempre me hacían sentir muy sentimental. Cuando era pequeña, mi madre y yo preparábamos una gran olla de sopa para dar la bienvenida oficial al invierno. Mientras cocinábamos, hablábamos de lo que había sucedido en el año pasado y hacíamos planes para el próximo. Pero en los últimos años las cosas no habían sido iguales. Tenía la impresión de que mi mamá ya no me comprendía.

De pronto, una voz interrumpió mis reflexiones:

—Preparemos una buena sopa. dijo mi mamá. Qué buena idea, pensé. Volveremos a ser como antes. Mientras terminábamos de lavar la loza hablamos de mis planes para estudiar en la universidad.

—Mamá, ¿qué pasará si los estudios universitarios resultan demasiado difíciles para mí? —le pregunté con incertidumbre. Antes de responder, terminó de secar una bandeja. Cuando me miró, tenía lágrimas en los ojos.

—Esas son tonterías —dijo alejándose.

Debí haberlo sabido. Con ella no se podía hablar. ¿Por qué no se daba cuenta de que yo necesitaba ánimo? ¿Por qué no comprendía que yo estaba buscando su apoyo, que me asegurara que yo era muy capaz de dar el importantísimo paso de ir a la universidad? ¿Acaso era tan difícil comprenderme?

¿Por que la gente interpreta mal lo que otros quieren decir? Después de ese incidente he llegado a comprender que los malos entendidos generalmente se deben a la falta de comunicación.

Muchos han estudiado la comunicación y saben que es muy benéfica para evitar los malos entendidos. ¿Sabias que solo necesitamos 15 segundos de cada minuto para captar lo que esta diciendo otra persona? Este fenómeno puede generar problemas.

Mientras el oyente recibe el mensaje, puede estar pensando en otras cosas. ¿Cuándo fue la última vez que comenzaste a escuchar a alguien pero terminaste pensando en lo que ibas a hacer más tarde? Cuando esto sucede, hay partes del mensaje que no escuchamos.

Como oyentes, somos el producto de toda nuestra experiencia del pasado, y de nuestros sentimientos, principios y actitudes. Estas cosas pueden modificar lo que estamos escuchando A veces la persona que habla nos hace recordar alguna experiencia del pasado. Entonces empezamos a pensar en la experiencia y olvidamos el mensaje que nos están presentando. Como resultado, el mensaje que recibimos no siempre es el mismo que se estaba transmitiendo.

Al hablar, damos por sentado que el que nos escucha está recibiendo el mensaje intacto. Los mensajes que nosotros transmitimos se basan en nuestros propios sentimientos, principios y actitudes. Pero quienes reciben el mensaje escuchan a través de sus propios sentimientos, principios y actitudes.

Por lo tanto, es importante enviar mensajes claros, tanto con nuestras palabras como con nuestras acciones. Cuando los mensajes no son claros pueden crear una barrera que obstaculiza la comunicación. Esto lo comprendí claramente un día que tenía una cita con mi consejera de la es cuela secundaria.

—Lamento haber llegado tarde. El profesor nos retuvo un cuarto de hora después de terminada la clase. —le dije a la Srta. González, la consejera, mientras me apresuré a tomar el asiento que ella me ofrecía. Ella no se veía nada contenta.
Yo le había enviado un mensaje a la Srta. González desde antes de abrir la boca. El hecho de llegar tarde era en sí un mensaje, el cual le decía que yo no respetaba ni valoraba su tiempo. En seguida empezamos a hablar sobre la carrera que yo había escogido. La Srta. González me aconsejó que hablara con mis padres antes de tomar una decisión definitiva:

—Al fin y al cabo, ellos te conocen mejor que nadie. Conocen tus puntos fuertes y débiles, lo que te interesa y lo que no te interesa.

Qué gracioso, pensé. Mis padres ni siquiera me comprenden. Aquella tarde les mencioné a mis padres, sin darle mucha importancia, que estaba pensando en una carrera y que me gustaría que me aconsejaran al respecto.

—Es una decisión que tienes que tomar tú misma —balbucearon—; es tu vida.
¿Para qué preguntarles? Solamente buscaba un consejo; no pretendía que ellos tomaran la decisión por mí. ¡Pero no me comprendían! Sin embargo, mirando atrás, no puedo menos que preguntarme si en realidad yo comprendí el mensaje que ellos me estaban transmitiendo.

Unas semanas más tarde, mientras limpiaba la casa, encontré varios libros en la mesa de noche de mis padres. Los dos estaban leyendo libros sobre cómo escoger una carrera. Entonces sí comprendían lo que yo les había preguntado. Y además, les importaba tanto que se habían tomado el trabajo de leer y enterarse a fin de darme la mejor orientación posible. Me quedé asombrada.

El mensaje que yo había recibido era muy diferente del que ellos pretendían transmitirme. Cuando no me dieron la respuesta que yo buscaba, en vez de explicarles más a fondo lo que yo quería, saqué mis propias conclusiones basadas en mis propios sentimientos.

¿Qué fue lo que sucedió aquella noche de invierno cuando hablé con mi madre sobre los estudios superiores? Cuando expresé mi temor ante el trabajo de nivel universitario, ella reaccionó movida por el recuerdo de una experiencia personal. Más tarde me explicó que cuando era joven, ella también sintió el temor de no ser capaz, y ese temor le impidió cursar estudios superiores. Cuando yo le expresé mis inquietudes, desperté en ella un recuerdo triste y, reviviendo un pasado doloroso, no se percató de que yo necesitaba su ayuda.

Yo quería que mi mamá me animara, mas para ella se trataba de un mensaje en clave. Al hacerle yo una pregunta, ella no respondió de acuerdo con mis palabras sino de acuerdo con lo que ella sentía en ese instante.
Incidentes como estos muestran cómo surgen los malos entendidos, y cómo estos se pueden evitar. Sabiendo que el mensaje que uno envía no es exactamente el mismo que otro recibe, podemos hacer un esfuerzo adicional por enviar mensajes claros, no mensajes en clave.